Nothing lasts really. Neither happiness nor despair. Not even life lasts very long. (Brief Encounter, 1945)

jueves, 21 de marzo de 2013

IRINA

Un souvenir de San Petersburgo, un microrrelato de papel, una cámara de fotos que graba. Y ya está.



"Irina" está publicado en el libro "Relatos en Cadena", Alfaguara 2008.

jueves, 14 de marzo de 2013

EL APRENDIZ

“Y restos de lágrimas en las mejillas”, anotó el ayudante del forense, cerrando la libreta. “¡No hemos terminado!”, le espetó su jefe, “nos queda examinar el reguero”. Acercando una enorme lente al rostro de la difunta, prosiguió: “Hay que examinar la velocidad y el ritmo con que cada lágrima rodó, si salieron a raudales y se detuvieron pronto, o si asomaron débiles y avanzaron despacio. Luego hay que analizar el poso dejado, su grado de salinidad, y por último el tipo de trayectoria: recta o en zigzag”. El joven se abstuvo de hacer preguntas. El doctor era una eminencia, pero tenía un genio endiablado.
Beatriz Alonso Aranzábal
 
La frase de inicio del concurso Relatos en Cadena de esta semana era "Y restos de lágrimas en las mejillas". A partir de ahí máximo 100 palabras.

domingo, 10 de marzo de 2013

Recuperando microrrelatos (III)


EL CAMBIAZO.

Durante las rebajas vio un par de sandalias elegantes, y de su número, sobre el estante de la abarrotada zapatería. Se las probó, dio unos pasos con ellas y dudó por un momento si podía permitírselas. Resignada, se calzó sus modestas zapatillas y, al salir de la tienda, la empleada fue tras ella y le espetó que devolviera el calzado y que se llevara las sandalias caras con las que había entrado. No supo si alegrarse o no. Ahora camina con más garbo, pero le duelen mucho los pies.
 
PROSPERIDAD
En un pueblo remoto había un pozo al que los aldeanos echaban monedas para que se cumplieran sus deseos. Solo lo hacían en contadas ocasiones, cuando estaban verdaderamente necesitados, y a los pocos días su suerte cambiaba. Sin embargo, la fama del pozo empezó a atraer a curiosos, turistas y toda clase de avariciosos, que llegaban en coches y autocares. Todos pedían el mismo deseo, y el pozo se agotó. Pero nadie en el pueblo quiso desvelar a los forasteros que las monedas iban a fondo perdido. Simplemente les recibían con una sonrisa.
.....
.....
METRO DE MADRID
Jugaban a las cuatro esquinitas. Una, dos y tres. Apertura de puertas. ¡Ya!
La del bastón se quedó sin asiento.
Beatriz Alonso Aranzábal

Estos tres microrrelatos aparecieron publicados en La nave de los locos de Fernando Valls el 1 de agosto de 2012.

jueves, 7 de marzo de 2013

Recuperando microrrelatos (II)


SHOPPING

Mientras pagaba en unos grandes almacenes, un hombre le susurró algo tan bajo que sólo captó las palabras “pay” y “drink”. Cogió sus bolsas y salió sin volver la vista. Que no me siga, que no me siga. En el trayecto hasta el hotel se hizo de noche y las calles quedaron vacías. Se preguntaba por qué se había empeñado en viajar sola, dejando en casa a su marido y a sus tres hijos. Cuando al fin se sintió a salvo en la habitación llamó para decirles cuánto los echaba de menos. Ya en el avión, empezó a encontrarle la gracia a lo sucedido, y al día siguiente presumió ante sus compañeras de oficina.
 
Ahora, sin embargo, no puede dejar de pensar qué habría ocurrido de haber aceptado aquella bebida.
 
 

PENELÓPEZ
 

“No sé para qué compramos la casa de Torrevieja” se quejó la muer, mientras vertía las gotas adelgazantes en el vaso de agua, “si nunca tienes tiempo para que vayamos”. Estaban cenando frente al televisor, y su marido le aseguró que en cuanto terminara de arreglar el jardín, ordenar la colección de filatelia y colocar por autores todos los libros de la casa se irían para allá una buena temporada.

Luego, como cada noche, bajó desde el dormitorio sigilosamente y cambió de lugar varios montones de libros, sacudió un álbum de sellos dejando que se esparcieran por el estudio, y salió al jardín a pisotear las flores y estropear la valla que estaba montando. Volvió a la cama satisfecho y besó a su mujer, que dormía plácidamente bajo el efecto hipnótico de aquellas gotitas. Tenía más trabajo que nunca.

Beatriz Alonso Aranzábal


Estos dos microrrelatos aparecieron publicados en La nave de los locos de Fernando Valls el 16 de septiembre de 2011.

domingo, 3 de marzo de 2013

Recuperando microrrelatos

Estos son los microrrelatos publicados en los tres volumenes que Alfaguara dedicó al concurso de Relatos en Cadena que presenta Carles Francino desde hace 6 años. Corresponden a las tres primeras ediciones del concurso. En 2010 llegué a la final.


Irina (2008)
 
No sé si os pasa, pero yo nunca logro evitar que los restos de ceniza manchen la madera del mueble del comedor. Dejo que se acumulen y luego soplo para que queden esparcidos. Y cuando viene Irina, los miércoles, saca el paño y borra de una pasada la palabra que he dibujado con el dedo. Aunque al principio me divertía poniendo refinados insultos, incomprensibles para una ucraniana recién llegada, luego empecé a declararme en varios idiomas, menos el suyo. Hoy sin embargo se ha marchado antes de tiempo, y sin despedirse. Justo hoy que le había dibujado un corazón.
 
El duende (2009)
 
Algún día se enterarían de quién era el que movía el espejito, el cepillo de plata y la polvera dorada, pero aún tenían que pasar algunos años. Y, mientras, mi abuela seguiría lamentando que los duendes, o los ratones, descolocasen cada noche su tocador. Mi madre seguiría atosigando a mi padre para que ingresara en una residencia a su señora madre, que daba ya demasiadas muestras de senilidad. Y yo, el hombrecito de la casa, seguiría esperando cada noche a que todos estuviesen dormidos para entrar en la alcoba de la abuela, y jugar a ser la mujer que había dentro de mí.
 
El olfateador (2010)
 
Por ejemplo, averiguar quién era la mujer que me estaba anudando la corbata fue uno de mis primeros éxitos como olfateador. Tenía los ojos vendados y toda la oficina mirándome. En seguida supe que era la administrativa. Después otra mujer pasó sus dedos por mi pelo y adiviné que era la documentalista. Tampoco fallé cuando el diseñador gráfico me sacudió la caspa de los hombros. Al regresar a mi mesa de trabajo la recepcionista, a modo de despedida, me tocó la punta de la nariz, lo cual desencadenó en mí una terrible convulsión. Desde entonces cuando llego a trabajar entro con un pañuelo en la nariz. Creen que es alergia, pero es amor.
Beatriz Alonso Aranzábal