Nothing lasts really. Neither happiness nor despair. Not even life lasts very long. (Brief Encounter, 1945)

martes, 29 de diciembre de 2015

Microrrelato ganador en Cuenta 140

El concurso semanal consiste en escribir un microrrelato de 140 caracteres como máximo, y el juez Aparicio Belmonte, tras seleccionar una veintena de finalistas, decide el podio final. Por primera vez en este concurso, me subí a lo más alto. Efímera gloria, como tantas. El tema era el perdón. Los microrrelatos, en este concurso, no llevan título. 

Esperó el perdón de su hija hecha un ovillo sobre la cama. Tardó cinco años en llegar. Su cadáver aguantó bien gracias al frío de la casa.

El fallo del juez:

Hay perdones que tardan un poquito en llegar y en el ínterin uno puede escribir un microrrelato de tipo fantástico como este. A veces el perdón llega tan tarde que cabe una novela entera o, peor aún, la muerte llega antes, y de eso va este relato, que nos habla de una madre que ha esperado demasiado hecha un ovillo y es tiernamente embalsamada por el frío. La virtud de este relato es que nos guía mediante un equívoco intencionado, mediante el correlato de la hija y el perdón, hasta el final mortuorio y frío de la madre. La virtud está en su concisión, en la justeza de sus palabras y en la astucia de su movimiento narrativo. Enhorabuena, Beatriz Alonso Aranzábal, por el premio. 

jueves, 10 de diciembre de 2015

Participación en dos libros de reciente publicación

ALGO QUE ME URGE CONTARTE
Este libro es una selección de relatos breves de 21 autores (20 reales y una imaginaria), con prólogo de Jorge Izquierdo y portada de Rosa Osuna. Todos los autores participaron en el programa de radio La ventana de Millás, de la Cadena SER, y luego en el foro literario Ventanianos, donde el talento literario acabó por estallar, logrando múltiples premios. Los autores que han aportado los relatos son, por orden alfabético: Francisco M. Aguado Blanco, Delia Aguiar Baixauli, Beatriz Alonso Aranzábal, Antonio Anasagasti, José Vicente Aracil Lillo, Rubén Bort Navarro, Carlos Carrión Guardia, Israel Cubells Saceda, Manuel Navarro Seva, María de Miguel Gallo, Jaime de Nepas, Miguelángel Flores, Manuel González Seoane, Josefina H, María Teresa Martín Matos, Rosa Osuna, Pablo David Pérez Rodrigo, Raquel Rodríguez Hortelano, Lola Sanabria García, Ángela Torrijo Arce, Joaquín Valls Arnau.

HORMONAUTAS


«Como el polvo doméstico que se deja ver cuando un rayo de sol lo atraviesa, pero no se deja atrapar, la escritura de Paz Monserrat muestra el trasluz de las reacciones humanas en un movimiento rápido y preciso, para luego desvanecerse dejándonos con una agradable sensación de apego a lo cotidiano. Su lenguaje diáfano nos conduce al lugar donde quiere que nos detengamos, siempre muy cerca de la piel, de lo carnal, de lo real y de lo cercano." Este fragmento del prólogo es mi colaboración en el primer libro de relatos de Paz Monserrat Revillo, que acaba de editar Nazarí, la misma editorial que publicó mi libro de microrrelatos hará, dentro de poco, un año. 

martes, 8 de diciembre de 2015

LOS PÁRAMOS NUBLADOS Y LIVERPOOL EN FLOR

Páramo en inglés se dice moor, se dice suave: moor.

A Emily Brontë le gustaba pasear por los páramos que rodeaban su casa, The Parsonage (la casa parroquial). Era, de los seis hijos que tuvo el reverendo irlandés Patrick Brontë, la que más añoranza sentía cuando se alejaba de su hogar y del paisaje familiar.

¡Heathcliff! aúllan los vientos en las noches tormentosas de los páramos.

Leyendo su novela más famosa, Cumbres Borrascosas, no hay ni un instante de sosiego, la vida que se describe roza el sufrimiento más atroz y la miseria, asi como la falsa tranquilidad de un hogar rico. Todos los sentimientos cruzados, envenenados.

Nunca imaginé que podría darme el capricho de pisar la tierra que pisaron las hermanas Brontë (Charlotte, Emily, Anne), de entrar en sus alcobas y ver, por ejemplo, el sofá del comedor donde murió Emily porque no tuvo fuerzas para subir a su cama.

Pero tampoco imaginé que me iba a embarcar en esa aventura con otra mujer de otra ciudad a quien apenas conocía en persona pero con la que tenía muchas afinidades: hijos de la misma edad, trabajo atendiendo a personas (ella como docente, yo como psicóloga), curiosidad por todo lo que se mueve y afán por escribirlo. La chispa de un viaje literario estaba prendida y sólo faltaba encontrar un fin de semana para realizarlo.

A finales de abril Paz partió de Barcelona y yo de Madrid, y ambas aterrizamos en el John Lennon Airport (Above us only sky). 

Mi avión llegó muy entrada la noche y después de dejar la maleta en la habitación del hotel dimos un paseo nocturno, esencialmente para calcular el tiempo que nos llevaría llegar andando a la estación de trenes Liverpool Lime Street. 

Esa noche la paso muy mal con los ruidos de la calle, el hotel está en un edificio antiguo donde cruje la madera y la ventana está en el primer piso. Por no entenderme bien con el reloj del móvil  (y la hora de Greenwich) despierto a Paz una hora antes de lo convenido. Más tiempo para el desayuno, que nos sirve una camarera enjuta y entrada en años que nos trata con una mezcla de cariño y severidad. Las dos Ladies, como nos llama, tomamos a tiempo el tren a Manchester, que en media hora nos deja allí y tomamos otro a Hebden Bridge.

Hebden Bridge es un pueblo bonito con un río lo suficientemente amplio para albergar barcas en las orillas. Lo más curioso fue que unos días antes del viaje descubrí que en este pueblo vive uno de los impulsores de los “Escuchadores de voces”, un movimiento que existe actualmente en Salud Mental para facilitar la comunicación entre personas que tienen alucinaciones auditivas.

Desde allí partía el autobús a Haworth.  Era un pequeño autobús de línea, cómodo, que de súbito nos introdujo en los páramos del West Yorkshire. 








Era extraño, la verdad, estar ahí. Los pasajeros eran sobre todo personas mayores. Por los ventanales predominaban los tonos morados, parduzcos a ratos, o de repente aparecían verdes extensiones que brillaban cuando las nubes destapaban algún rayo de sol. Porque el tiempo era así: nublado, fresco, agradable. Me preguntaba cómo había sido posible plantarme ahí, sin tan siquiera haberlo planeado nunca. La respuesta fue sencilla: Google. Puse Haworth desde Liverpool, en mi casa de Madrid, y me diseñó la ruta más rápida, señalándome no sólo los mejores horarios del transporte público sino hasta el andén exacto donde situarse.

Tomé fotos con el móvil a través de los cristales. No había opción de bajarse y andar por ahí. Estaba todo planificado y ninguna de las dos se atrevió a conducir por la izquierda un coche alquilado.

Cuando llegamos a Haworth durante unos minutos chispea y abrimos nuestros paraguas. Falsa alarma, apenas los necesitamos. Caminamos la calle principal y llegamos a The Parsonage.





La primera impresión: está mirando al cementerio, toda la casa dirigida al sombrío paraje de tumbas amontonadas junto a la iglesia. Hago fotos de esos montones de lápidas de niños y jóvenes que murieron en el siglo XIX. Qué corta era la vida entonces, y especialmente en ese pueblo, en el que el señor Brontë trató de mejorar su calidad pidiendo dinero para sanearlo. No fue escuchado por los parroquianos ricos. Este dato se aporta en el museo, donde explican que Haworth era tan insalubre que tenía un índice de mortalidad similar al peor distrito de la ciudad de Londres.





Compramos la entrada para entrar a la casa museo, bajo los graznidos de los cuervos que revolotean la zona y las nubes grises que dan el tono general de los días en los páramos. La casa y sus estancias son pequeñas, por eso cuando la familia Brontë desapareció los siguientes moradores construyeron un anexo.

En la planta baja la estancia más interesante para mí fue el comedor donde se reunían Charlotte, Emily, Anne y Branwell, el único varón de los hijos del reverendo: me las imagino charlando, leyendo, contándose confidencias, escribiendo, soñando, riñendo. Inventando mundos e historias que luego se convertirían en novelas. Esbozando versos y completando poesías. En él se conservan el sofá, la mecedora, algunos grabados, la chimenea.

En la planta de arriba me impresionó la habitación del padre, que quedó viudo muy pronto (la hermana de su mujer se hizo cargo del cuidado de sus hijos), donde en los últimos días de vida de su hijo Branwell compartió la cama con él hasta su muerte. Éste fue un artista frustrado porque sus retratos no alcanzaron una gran categoría artística ni pudo vivir de su pintura, se enamoró de una mujer casada y fue rechazado por ésta,  y se sumió en el alcoholismo y el consumo de opio.

En el anexo de la casa hay una exposición de objetos y de textos relacionados con todos ellos. Yo copié este en mi libreta:

I’ve dreamt in my life dreams that have stayed with me ever after, and changed my ideas: the’ve through me, like wine through wáter, and altered the colours of my mind (Wuthering Heights).

Cumbres Borrascosas, de Emily Brontë, y Jane Eyre, de Charlotte Brontë, se escribieron en este ambiente sombrío e indómito del paisaje que las rodeaba, de la iglesia contigua y el cementerio frente a la fachada de la casa. Sus obras también tenían influencias de sus vivencias tanto dentro de la familia (las hermanas mayores murieron de niñas tras pasar por un internado) como trabajando y viajando como institutrices.

El padre Brontë sobrevivió a todos sus hijos, ninguno de los cuales llegó a cumplir los 40 años. Emily murió de tuberculosis en 1848, a los 30 años (después de haberse resfriado en el funeral de su hermano), y unos meses después moría Anne, tras llevársela de viaje Charlotte para que se recuperara de la misma enfermedad: no lo hizo y murió en Scarborough, junto al mar, donde fue enterrada. Finalmente Charlotte falleció en 1855 pocos meses después de casarse y quedar embarazada.

La poesía llueve con más violencia sobre los páramos
para apagar el magma que eruptaron
las hermanas Brontë de sus entrañas
(B.A.A.)

Dimos por concluida la visita literaria en un pub cercano (no en el famoso Black Bull donde bebía Branwell), con el correspondiente sándwich caliente y patata con chaqueta. En la mesa de al lado un hombre de nuestra edad comía leyendo el periódico y con un sombrero lleno de chapitas. Reminiscencias juveniles.

Había que volver al autobús y allí estuvimos esperando en la parada, esta vez con el paraguas abierto para cuatro gotas que caían. Allí una chica joven vestida muy a la moda acompañaba a otra joven que emitía aullidos como única forma de expresión, y tenía una malformación en el cráneo y la boca. Todas esperamos pacientemente el autobús, mientras mi reflexión se centraba en la calidad de vida que disfrutaba esa joven, bien vestida y cuidada, que en otro tiempo habría sido encerrada y maltratada.

En Hebden Bridge tomamos el tren a Manchester y aprovechamos para conocer la ciudad. Era sábado por la tarde y parecía un gran centro comercial, jalonado de espectaculares edificios modernos, tanto de oficinas como de apartamentos. Nos colamos en una catedral que se estaba engalanando para una cena benéfica. Cruzamos calles alocadamente (es que si te paras a pensar por dónde vienen los coches te bloqueas) y Paz ya nos había autodenominado las Crazy Ladies. Anduvimos varias horas haciendo tiempo hasta la hora de partida de nuestro tren, las 20.30. Y durante el trayecto a Liverpool el ocaso fue rojo intenso.








La mañana del domingo fue espectacular. El cielo de un azul poco saturado y levemente difuminado, y los rayos del sol oblicuos (como me señaló Paz) daban una luz especial. Las gaviotas despertándonos como un gallo cantarín. La ciudad se desperezaba tranquila, y el desayuno nos esperaba, asi como Liverpool con todos sus árboles en flor.


En realidad lo que nos esperaba era el Tour de los hogares de la infancia de John y Paul. Lo habíamos contratado con antelación ya que había pocos al día y en un pequeño minibús. Lo organizaba el National Trust. Primera parada: Mendips.





Mendips fue la casa de los tíos de John Lennon. Una casita en una avenida larga y amplia, con sus arbolitos, su pequeño jardín, su pequeña entrada. Hasta ahí pudimos hacernos alguna foto de recuerdo, porque nada más traspasar el umbral de la casa estaba prohibido hacer fotografías. La casa tenía copyright.

La guía era una mujer encantadora que hablaba con tanta claridad que por suerte la entendimos bastante bien. Entramos por la cocina. Pequeña y con sus timbres de las estancias. Este detalle le llamaba la atención al niño John, pues ya entonces resultaba anticuado. Un reloj de pared cuyo tic tac y campanadas marcaron las horas de John me hizo recordar mi infancia, donde siempre escuché el péndulo del tiempo y las campanadas que me advertían la hora que era.

John vivió con sus tíos porque su madre era madre soltera y su padre un marino ausente. Su tía se empeñó en que fuera a un buen colegio, pero John suspendió todo. Él quería ser artista y se salió con la suya pudiendo al final matricularse en la Escuela de Arte. En su pequeño dormitorio había una carta con su letra infantil dando las gracias a un familiar por haberle regalado algo, un libro, creo.

Al principio ensayaban en casa pero el ruido que hacían resultaba insoportable a sus tíos. Alguna vez tía Mimi les obligó a quedarse en el pequeño vano de la entrada, donde el grupo de visitantes fuimos invitados a meternos… ¡y todos juntos cantamos una canción de los Beatles!

There are places I’ll remember all my life though some have changed. Some for ever not for better…   (In my life).

Recuerdo la letra porque yo tenía y conservo un librito titulado The Beatles Lyrics, edición de bolsillo, que usaba para cantar todas las canciones que escuchaba en los vinilos. Fui una niña fan del grupo desde los 9 años, edad en la que recuerdo tener el LP Help! y ver los dibujos animados en blanco y negro en la televisión de finales de los años sesenta. Con el paso de los años fui reuniendo casi toda su discografía y leí varios libros sobre su vida. Fui una rendida admiradora hasta que irrumpió la nueva ola y me dejé llevar a los 14 años.

Por todo esto, en casa de John Lennon sentí una emoción muy profunda. Volver a su infancia, a través de las anécdotas que nos narraba la guía, fue volver a la mía. En el libro de visitas dejé un saludo el día 26 de abril de 2015: 

“So happy, so excited, so sad. Missing John, missing the Beatles, missing my childhood”.

Mendips se vendió porque las fans empezaron a asediarla. La madre de John había fallecido atropellada muy cerca, cuando John contaba 17 años. Muchos años después, un día que pasaron en coche John y Yoko delante de la casa John empezó a contarle sus recuerdos y anécdotas de la infancia. Yoko compró la casa y la recuperó para sus seguidores. Por eso se conserva y se puede visitar.

La casa de Paul McCartney estaba un poco lejos y John iba en su bicicleta. Nuestro minibús nos llevó en unos 20 minutos. Era una casita adosada que se construyó como vivienda social después de la destrucción originada por los bombardeos de la II Guerra Mundial. Esa casita era el sueño de la madre de Paul, que sin embargo murió al poco tiempo de instalarse ahí la familia. Las fotos en las paredes nos muestran a una pareja feliz con dos hijos, Paul y Michael, que salen de picnic el domingo a los alrededores de la ciudad.






El padre de Paul les dejaba ensayar en casa. Una casa aun más pequeña que la de John, más pobre. Era la única casa de la calle que tenía teléfono (su madre era enfermera y matrona), asi que la usaban los vecinos cuando recibían llamadas. Al padre de Paul le gustaba que su hijo tocara, pero no le hacía mucha gracia que lo hiciera con John. Él prefería que tocara más pop y menos rock and roll.

La decoración de la casa, un poco destartalada, se ha podido reconstruir gracias a que Michael, el hermano de Paul, tenía una cámara y se aficionó a la fotografía. Hay fotos de Paul y John ensayando en casa, los dos buscando las melodías que convertirían en grandes e inolvidables canciones. Y el sofá estaba roto, como el que se muestra ahora. De hecho, cuando el National Trust quiso comprar la casa para su conservación y disfrute de todos, muchos miembros amenazaron con irse (el National Trust es la entidad que gestiona los grandes castillos, palacios y mansiones de Gran Bretaña) y se justificó arguyendo que la casita de Paul  “era un ejemplo de la arquitectura social de la posguerra”. En aquel momento Paul McCartney no era Sir Paul McCartney.

Mientras la guía nos contaba, con elocuente satisfacción y alegría, las anécdotas de sus admirados Beatles, los rayos de sol inundaban la pequeña salita de la familia. Y ella apostilló que no todo eran nubes grises en Liverpool, y así Paul pudo escribir canciones como Good Day Sunshine.

Terminado el Tour, el minibús nos dejó en la zona renovada y atractiva del río Mersey, el Albert Dock, con su puerto deportivo y donde nos esperaban interesantes museos para continuar la mañana azul y blanca.

El Museo Marítimo ofrecía sendas exposiciones sobre los naufragios de los mayores trasatlánticos, que, por desgracia, mucho tuvieron que ver con la toma de decisiones errónea. 

El Lusitania fue torpedeado por un submarino alemán en 1915 cerca de Irlanda y fue el detonante para que EEUU entrase también en la I Guerra Mundial. Se hundió en menos de veinte minutos y murieron más de mil personas. 

La exposición sobre el Titanic es sobrecogedora, con videos que muestran la vida en el barco, los pasajeros, objetos, fotografías y sobre todo la explicación de cómo ocurrió todo. Están las listas con nombres y apellidos de muertos y supervivientes por categoría: 1ª, 2ª, 3ª clase y la tripulación (mayoritariamente de Liverpool).





El torpedo que mordió al Lusitania
El hielo que mascó el Titanic
Las advertencias que no fueron escuchadas
Júbilo y lamentos que se funden
En el lecho marino con las algas
(B.A.A.)

La verdad es que las sensaciones que me acompañaban en ese momento fueron recordar que en la primera mitad del siglo XX  hubo terribles guerras mundiales, muerte y destrucción de ciudades enteras. Y que en la segunda mitad del siglo los Beatles acompañaron a la humanidad  en su recuperación y renovación con su música universal y eterna. Lástima que actualmente  se escuchen tan poco en general.

Pero el siguiente museo no me iba a mejorar la visión sobre nuestra historia. Era el Museo de la Esclavitud, el único del mundo. En él recuerdo un enorme mapa de África como una tarta en la que los europeos se repartieron el continente: europeos golosos con una codicia sin límite y una enorme capacidad de devastación y aniquilación. España, por suerte, tenía una porción pequeñísima. Otros tenían unas tajadas enormes, como los belgas, los ingleses, los franceses, los alemanes, etc, etc etc. Pero antes hubo una infamia mayor: la captura de hombres y  mujeres sometidos a la tortura de un viaje inhumano atados como animales y metidos en barcos para ser vendidos como esclavos. Un capítulo terrorífico de la historia de la humanidad.


Después de tomar un almuerzo ligero en el bar del Museo (sopa y sándwich) y beber una ginger beer (un refresco como el que tomaban Los 5 de Enyd Blyton y se traducía como cerveza de jengibre), propuse acercarnos al mar. Me había fijado que el tren de cercanías tenía varias paradas desde el centro de Liverpool hasta Southport en la costa, y había preguntado a la guía de la casa de los McCartney dónde bajarnos.

Nos bajamos en Blundellsands. Durante el breve trayecto me fijé en una señora de unos ochenta años a la que definí como la abuela de Amy Winehouse: enormes aretes, ojos  claros con eyeliner negro,  elegante moño, guantes, delgada y seria.

Una amplia calle de grandes casas individuales desembocaba en la playa. Las casas eran lujosas, tenían primorosos jardines y los árboles en flor otorgaban mayor belleza a esa zona residencial y exclusiva. No había nadie por la calle. 


La marea estaba baja pero se adivinaba la enorme fuerza del Mar del Norte. Grandes aspas en medio del mar generaban energía eólica. Las gaviotas y otras especies perseguían a los barcos que se acercaban al puerto de Liverpool. Un cartel advertía de la prohibición de bañarse y de la fluctuación de las mareas. Y allí estaban los hombres impasibles. Unos dentro del mar, otros en la orilla, otros en la arena de la playa. 

Le hice una foto a Paz saludando a uno de estos gigantes de bronce. Algunos estaban vestidos con ropa vieja y sombrero, como si fueran espantapájaros. Estas extrañas esculturas fueron el motivo por el que la guía nos había sugerido éste y no otro punto de la kilométrica playa.




Al regresar a la estación de tren preguntamos a un tipo para cerciorarnos de que tomábamos el tren correcto de regreso. Se sentó enfrente de nosotras y creo que las Crazy Ladies le divertíamos: trató de entablar conversación chapurreando algunas palabras en español que sabía de sus vacaciones en nuestro país. Le hicimos un poco de caso por cortesía y nos despedimos sabiendo que se hubiese tomado unas pintas con nosotras en el pub más cercano.

La media pinta me la tomé yo, pero la verdad es que no tenía la fuerza y frescura de una buena caña de barril. Habíamos entrado en un pub animado del centro de Liverpool, donde las pantallas retransmitían un partido de fútbol de la Liga, el Real Madrid contra otro equipo. Al salir pasamos delante de The Cavern, pero lo dejamos para la mañana siguiente, ya que a esa hora había que pagar entrada y en cambio hasta las 14:00 era gratis.

El lunes por la mañana, día de regresar, aprovechamos bien la mañana. Visita a The Cavern, que es una réplica exacta de cómo fue, ya que el paso de los años y las reformas urbanísticas obligaron a remodelar y arreglar toda la zona. Tienen una pequeña exposición de objetos e instrumentos musicales de grupos que han pasado por allí, de lo mejor de la música británica. Por las noches tienen actuaciones. También tienen algo de merchandising. En fin, un homenaje más a mis héroes de la infancia.


Paz volvió a los museos del día anterior para ver las exposiciones con más detenimiento, y yo visité el Museo de Liverpool, que tiene información sobre la ciudad, su historia y sus cambios. Después un vistazo rápido a Marks and Spencer y vuelta al hotel a por las maletas. Tomamos un autobús de dos pisos para llegar al aeropuerto, cuyo trayecto fue como un tour por la ciudad y sus arrabales.



Y ahí nos despedimos. Con la promesa de escribir la crónica del viaje para complementar y contraponer nuestra experiencia compartida. Mi avión salió primero. Desde la ventanilla observé el estuario del río y en seguida nos metimos en las nubes. Ascendimos y volamos tranquilamente sobre el manto caprichoso y blanco.

Por muchas nubes que haya, por muy gris que esté todo, por encima siempre, siempre, está la luz del sol.


Beatriz Alonso Aranzábal