Nothing lasts really. Neither happiness nor despair. Not even life lasts very long. (Brief Encounter, 1945)

domingo, 24 de julio de 2016

Azar

AZAR

Observo al hombre que sale del establecimiento, estruja un trozo de papel y lo tira al suelo. Camina sin dificultad, su barriga es poco pronunciada, lleva ropa limpia y planchada. Se monta en el coche y arranca sin problema, el vehículo avanza sin dar tumbos, nadie se choca contra él y no se le pincha ninguna rueda. Seguramente llegará a casa y no recibirá ninguna llamada preocupante, ni sus hijos le darán algún disgusto, ni habrá una avería en su domicilio. Probablemente disfrutará de una cena placentera con su mujer, se sentará en su butaca o sofá, verá las noticias en la televisión, y no le dolerá ninguna parte del cuerpo. Entonces, durante unos instantes, se pondrá a pensar en todos los deseos que no podrá satisfacer nunca, en los sueños que no se van a cumplir, y se sentirá un hombre muy desdichado por su mala suerte. El cupón de lotería no estaba premiado.

(Relato finalista entre los más votados en el concurso Hablando con Letras/Signo Editores)

Madrid





En recuerdo de Stefano Arata, hispanista italiano

A principios de mayo fue noticia en Madrid el estreno de la obra teatral "La conquista de Jerusalén", una obra de Cervantes que el hispanista italiano Stefano Arata descubrió en 1990 en la Biblioteca del Palacio Real de Madrid ('La conquista de Jerusalén por Godofredo de Bullón', escrita en torno a 1585). Me alegró mucho esta noticia, porque de nuevo su gran trabajo como hispanista salía a la luz. Tristemente, Stefano había fallecido en 2001. 
Como señala el obituario de El País, murió en el mar. Pero lo que no cuenta el periódico es que su corazón falló tras ayudar a una amiga para que no se ahogara. La corriente del mar les arrastró, ella no sabía nadar. Y cuando ya estaba poniendo a salvo a su amiga, su corazón (debido al sobreesfuerzo) se rompió. Un acto heroico de generosidad que merece nuestro recuerdo.
Anteayer se cumplieron 15 años de su pérdida. Yo no lo llegué a conocer, pero le he conocido a través de su hermana Laura Arata. Ambos fueron compañeros de colegio, algo mayores que yo, en el Liceo Italiano de Madrid. Compartiendo este homenaje que le hicieron desde la Universidad sus colegas, me gustaría contribuir a que su obra y su calidad humana nunca sean olvidadas. Aquí va el texto, tomado del facebook de su hermana Laura.

Canto por Stefano Arata
di Prof. Marc Vitse
Universidad de Toulouse-Le Mirail
Giovanna, Franco y Laura, 

Queridos amigas y queridos amigos de Stefano,

Debo, antes de empezar, pedir vuestra indulgencia, porque no voy a cumplir exactamente con la tarea que se me encargó al confiarme la «Presentación» del volumen del Homenaje a Stefano Arata.
Tal era, sin embargo, mi intención en un principio. Pero, a pocos renglones, surgieron bajo mi pluma, llenaron pronto mi boca otros vocablos y otros sentires. Hasta tal punto que me encontré al final con un texto hecho de palabras más salidas del corazón que venidas de la razón.
Espero, pues, que me perdonaréis esta sinrazón, así como las vacilaciones e intercadencias que se me puedan ocurrir en la voz al pronunciarlas ante vosotros.
Porque todos me comprenderéis si os digo que todavía hoy, más de tres años después de la súbita desaparición de Stefano, me es extremadamente difícil hablar de él, hablar sobre él.
Parecida dificultad podría y puede, naturalmente, explicarse, en mi caso y en el de Odette, mi mujer —mi yo será, a lo largo de esta intervención, será, siempre, un nosotros—, parecida dificultad, pues, se explica desde luego por la intimidad y la intensidad de las relaciones que tuve y tuvimos los dos con quien frecuentemente pasaba por Francia para ir, como escribí ya, «desde la Italia de sus albores hacia la España de sus labores y de sus amores».
Pero la índole de esta relaciones no lo justifica todo. No permite entender el por qué no se hizo en mí lo que en francés llamamos le travail du deuil, el por qué la imagen de Stefano muerto no logró ni logra encontrar su sitio en ese panteón funerario y apaciguador que constituye la memoria de cada uno de nosotros, la memoria, en particular, de los que ya tuvieron el inmerecido privilegio de vivir el largo espacio de tiempo de unos seis o siete decenios de vida.
Me fue forzoso, pues, interrogarme sobre la causa y raíz de esta prolongada incapacidad, tan inusitada en mí, para acabar integrando lo no integrable, para acabar aceptando lo inaceptable. Yo —y me perdonaréis este paréntesis excesivamente personal— yo he vivido, desde la más tierna infancia, con la muerte a cuestas: muerte demasiado rápida de mis abuelas, muerte a los cinco años de mi más próximo hermano y muerte interminable de una media hermana, muerte tan temprana de mi padre y muerte aún reciente de mi madre, muertes, también, de amigos y colegas todavía jóvenes… Muertes todas éstas constituyentes de mi historia, y que, pensaba yo, habían contribuido a forjarme ese optimismo y esa energía vital que algunos me reconocen a veces.
Pero, con la muerte de Stefano, todo iba a ser diferente y todo, al cabo de unos tres años, sigue diferente. Su figura, lejos de encontrar su debido lugar en la arquitectura distanciadora de una nostalgia consoladora, su figura, al contrario, se me hizo, a lo largo de este trieno a él dedicado, se me hizo más sensible que nunca. Cuerpo ausente el suyo, sí, pero alma la suya más presente que nunca. Y esta presencia, al calor de las cartas, llamadas, textos y testimonios que recibí de todas partes e incesantemente, esta presencia se intensificó, se multiplicó, se densificó en mí de una manera tan insospechada que creo poder decir que hoy día Stefano tiene en mí más vida que la que tuvo antes, en el corto espacio temporal del decenio de nuestra amistad.
Hoy, no hay texto que yo pueda leer sin que surja, ante mis ojos y a mi lado, tan confiado y tan exigente, el rostro de Stefano. Como, por ejemplo, en este grito que da el Jacob bíblico, cuando cree muerto a su hijo José y Calderón le presta estas emocionantes palabras:
¡Funestas, tristes, impuras
prendas por mi mal halladas!
¿Qué os hizo esta edad caduca
para que de mi mejor
espejo eclipséis la luna?
Si era la luz de mis ojos,
¿por qué me dejáis a escuras,
viendo la flor de sus años
en su primavera mustia?
O también como en el caso de otro autor predilecto de Stefano y director de La Barraca, el Federico García Lorca del Llanto por Ignacio Sánchez Mejías. Permitidme, un instante, releer y reescribir para vosotros y con vosotros, y siempre con Stefano vivo en la mente y en el corazón, algunos versos de lo que es para mí la cumbre de la poesía lorquiana.
Porque, como el poeta granadino para su amigo taurino, ¿no podríamos decir, para nuestro amigo áureo, como él muerto en la cruda luz de una tarde mediterránea, en la poblada soledad de la arena callada, no podríamos decir:
A las cinco de la tarde.
Eran las cinco en punto de la tarde.
¡Ay qué terribles cinco de la tarde!
¡Eran las cinco en todos los relojes!
¡Eran las cinco en sombra de la tarde!
¿Y no podríamos gritar, también, al lorquiano modo:
¡Que no quiero verlo!
Dile a la luna que venga,
que no quiero ver el cuerpo
de Stefano por la arena.
¿Y no podríamos retomar, a su vez, para quien vivió tantos momentos en la capital hispalense, los versos que dicen:
No hubo príncipe en Sevilla
que comparársele pueda,
ni pluma como su pluma
ni corazón tan de veras.
Aire de Roma andaluza
le doraba la cabeza
donde su risa era un nardo
de sal y de inteligencia.
Pero el recuerdo de tanta perfección no basta para borrar la imagen del cadáver yerto. Como yacía Ignacio, yace ahora Stefano,
que ya duerme sin fin.
Ya los musgos y la hierba
abren con dedos seguros
la flor de su calavera.
Nada, nada hay que pueda aliviar el horror de tan funesta contemplación:
Ya se acabó. La lluvia penetra por su boca.
El aire como loco deja su pecho hundido.
Estamos con un cuerpo presente que se esfuma,
con una forma clara que tuvo ruiseñores
y la vemos llenarse de agujeros sin fondo.
Nada hay tampoco que llegue a colmar el vacío que deja el alma ausente:
No te conoce tu recuerdo mudo
porque te has muerto para siempre.
Porque te has muerto para siempre
como todos los muertos de la Tierra,
como todos los muertos que se olvidan
en un montón de perros apagados.
No te conoce nadie. No.
La desesperación, entonces, parece campear con sus negras banderas. Pero el poeta, en un último esfuerzo, sabe, volviendo a las puras fuentes de nuestra poesía áurea, encontrar en su mismo canto el modo de sublimar su llanto:
No te conoce nadie. No. Pero yo te canto.
Yo canto para luego tu perfil y tu gracia.
La madurez insigne de tu conocimiento.
Tu apetencia de muerte y el gusto de su boca.
La tristeza que tuvo tu valiente alegría.
Tardará mucho tiempo en nacer, si es que nace,
un trinacrio tan claro, tan rico de aventura.
Yo canto su elegancia con palabras que gimen
y recuerdo una brisa triste por los olivos.
¿Quién no creería escrito este treno para el mismo Stefano? ¿Quién no comprenderá ahora que el Homenaje que para él elaboró Criticón no pretendió ser más que un modesto complemento en prosa a los desgarradores versos del cisne de Granada?
Un Homenaje —a él llego, por fin— que trató de ponerse a la altura del homenajeado, que trató de corresponder a la doble dimensión de aquel joven y ya tan afamado investigador, un Homenaje que quiso ser —y creo que lo es— profunda e indisociablemente universal e italiano.
Universal lo es, en efecto, por ser a un mismo tiempo anónimo, universitario y pluritemático. Concebido desde un principio como el testimonio ofrecido por toda la comunidad —científica y amistosa— de los que trabajaron y colaboraron con él y le admiraron y amaron, el Homenaje a Stefano Arata aparece hoy sin firma individualizada o, mejor dicho, como una obra que sólo firma una «entidad moral», como decimos en Francia, o sea una «persona jurídica o social», como se acostumbra llamarla en España. Ésta es, como sabéis, la revista Criticón, con la que Stefano tenía una relación privilegiada y que, por ser un instrumento puesto, desde hace exactamente un cuarto de siglo, al servicio del conjunto de los siglodoristas del mundo entero, podía, sobremanera, cumplir con el objetivo de universalidad que se había fijado. Así, a través de una revista decididamente internacional —de lo que da fe la larguísima Tabula gratulatoria, con tantos centros y tantas universidades—, así, a través de una revista que gozaba también del apoyo del más aún internacional Instituto Cervantes, el Homenaje que a Stefano se rendía llegaba a ser plenamente universal.
Pero esta su universalidad podría también entenderse en otro sentido, que nos remite, etimológicamente, al significado institucional de la palabra universitas. Porque el Homenaje a Stefano Arata fue y es fruto de la colectividad universitaria. Nacido, en una primerísima etapa, a iniciativa, tímida y atrevida, de unas cuantas personas aisladas y diseminadas, el proyecto recibió progresivamente la ayuda moral y financiera de unas seis universidades, de cuyo nombre, por respetar la regla de la anonimia, no quiero acordarme aquí, por decirlo cervantinamente en estos años de centenario quijotesco. Lo esencial queda que su contribución permitió darle al Homenaje este impresionante tamaño digno de su envergadura, esta presentación material —cubierta, láminas a todo color, encuardenación…— que no dudo que Stefano hubiera apreciado con la finura de su sentir estético.
Pero hay más: universalmente universitario es también este Homenaje por ser obra llevada a cabo gracias al largo y fructífero esfuerzo de no pocos universitarios: a cierta persona se debió la sugerencia del poema apertural de Antonio Machado, que generó el hallazgo de un feliz título; a otra, la idea de echar mano para la cubierta de uno de los cuadros del pintor preferido de Stefano; a otras muchas, todavía, la lectura, comentario y discusión de la mayoría de las contribuciones recibidas; y a todos los participantes en él, por fin, el haber mandado textos redactados con todo el cuidado y amor posibles, y el haber aceptado, sin embargo, las observaciones, sugestiones y correcciones que la Redacción de la revista creyó necesarias para que saliera un libro que correspondiera al rigor y cientificidad de los que dio tantas pruebas su destinatario.
Sin esa ayuda de todos y este intercambio entre todos, la cosa no hubiera podido hacerse. Porque, para el solo Criticón, presentaba dificultades insuperables. No pienso tanto en la extensión inhabitual de un volumen que, con sus ochenta artículos, representa, en realidad, no uno sino dos años enteros de la revista. Pienso más bien en la diversidad, temática y lingüística, de los trabajos ofrecidos y que nos ayudan a percibir la tercera faceta de la universalidad del Homenaje a Stefano Arata.
Homenaje universal lo es, efectivamente, en un tercer sentido, porque, desde el primer momento, nosotros —las varias personas de España, Italia y Francia que tuvimos a cargo establecer el flexible elenco de los participantes—, porque nosotros escogimos adoptar como primer criterio de aceptación, no el limitado de un tema científico o de una época literaria, sino el vasto y polimorfo criterio de la amistad y/o de la admiración por el homenajeado. De ahí que lo que podría aparecer como el signo de una cierta dispersión revele ser, en realidad, la manifestación de la rica pluralidad que caracterizaba la trayectoria intelectual, investigacional y humana de Stefano.
Una trayectoria que, con su acostumbrada clarividencia y con fino sentido de los matices, ya supo trazar para nosotros la redactora de la introducción a la recopilación de los trabajos teatrales de Stefano. Una trayectoria, también, que dejan adivinar, como en filigrana, los recuerdos evocados por su amigo de Suiza y de Galicia en su apertura al Homenaje. Y una trayectoria, por consiguiente, que será superfluo dibujar de nuevo, pero que no deja, en cierta manera, de reflejarse en el contenido del volumen que obra en vuestro poder.
En él, en efecto, y como cosa muy lógica, es evidente la importancia otorgada a la materia teatral hispánica. De los 74 estudios científicos que se publican, 52 por lo menos —o sea un 70%— tienen que ver con el teatro español, desde La Celestina hasta los Martes de Carnaval de Valle-Inclán, pasando por los dramaturgos del siglo XVI, por Góngora, Cervantes y, desde luego, Lope, Guillén, Tirso, Calderón y Rojas Zorrilla, y hasta por alguna que otra prolongación en las tierras de América o por alguna que otra repercusión en los siglos XVIII y XIX.
Pero también se le dedica en el Homenaje algún espacio a la poesía hispana, desde un maldit catalán hasta unas cantigas galaico-portuguesas, desde Garcilaso hasta José Ángel Valente, desde una letrilla del Quinientos a una balada lorquiana, desde el Lope de los Soliloquios amorosos hasta el Quevedo de los sonetos políticos. Y tampoco faltan estudios que versen sobre la prosa áurea: la cortesana, la cervantina, la lopiana e incluso la erudita de algún licenciado de mediados del XVI.
Insistir sobre lo hispánico como centro de gravedad del Homenaje y, analógicamente, como centro de las preocupaciones intelectuales de Stefano no es, por supuesto, nada inexacto ni falso. Pero sí sería faltar a la verdad dejar creer que a ese campo se limitaron las curiosidades estebanescas. Ahí están, dispersas en nuestro volumen, algunas señales del interés que experimentaba por el mundo lusitano —el de los viajes hacia la portuguesa Goa o el de la poesía contemporánea de Eugénio de Andrade— o también por la poesía medieval europea— la de los trovadores mediterráneos o del aglonormando autor de Tristan— o, finalmente, por unos cuantos entre los mayores escritores de su tierra nativa, su querida Italia, como son Boccaccio, il Dante, Torquato Tasso o Eugenio Montale.
Clara universalidad pluritemática, pues, la de nuestro volumen, pero que no debe ocultar lo que también manifiesta la lista de los nombres que no por casualidad puse al final de mi enumeración de las cosas contenidas en el Homenaje a Stefano Arata, o sea su intensa italianidad.
Permítaseme, para que se entienda mejor lo que quiero decir al mencionar esta segunda y decisiva oreintación del Homenaje, permítaseme citarme a mí mismo. En los meses que precedieron a mis últimos encuentros con Stefano —en el calderoniano año del 2000 en Pamplona y en Palermo—, me consagré a escribir para otro Homenaje —el ofrecido a Frédéric Serralta— una larguísima loa de apertura que se concluía con un «final italiano» así redactado:
Muy innovadora lectura, finalmente, la de la estudiosa de Roma, a la vez buena muestra de lo que Gracián llamaba la «sagacidad italiana» y pieza maestra en la construcción del final italiano que para ti, Federico, fervorosa y devotamente, pensé fabricar. Porque tú sabes, como lo sabía Salas Barbadillo, que es «la doctísima Italia tan docta, que en todo género de doctrina a ninguna parte del mundo reconoce por superior, y muchos la reconocen a ella», y es «la bellísima Italia siempre madre floreciente de ingenios peregrinos». Tanto es así, mio caro patrone, que, subvirtiendo a lo Quevedo, a lo Gracián o a lo Calderón, la vulgar filosofía del refrán, podríamos decir que «De Roma nos viene todo». De Roma y su «sapienza», nos viene, precisamente, la que de sublime colofón me servirá, quiero hablar de la magistral lección que para ti concibió nuestro amigo Stefano.
Pues bien: os debo confesar que, durante más de dos años, viví la elaboración de este volumen como un (re)descubrimiento, para mí, de una Italia a la que tan insuficientemente me había acercado, que lo viví todo como una comunión cada vez más íntima con numerosas personas de la “otra” península, sean éstas italianas e italianos de Italia, italianas e italianos de España o españolas y españoles de Italia. Y creo que las contribuciones de tantos estudiosos —son más de la mitad de los participantes— constituyen la mayor fidelidad posible a uno de los más apasionados ideales de Stefano: el de establecer puentes entre culturas, puentes interculturales que nos enriquezcan mutuamente.
Ya es tiempo de concluir. Y lo haré retomando la pregunta que hice al principio y de cuya respuesta me alejó poco a poco el mal controlado fluir de mi discurso. ¿Por qué, preguntaba yo, por qué esa incapacidad mía en asumir el escándalo de la muerte de nuestro amigo Stefano? Porque, creo poder responder ahora, después de todo lo dicho, porque Stefano era para mí, y para Odette, mucho más que un amigo. Conforme iba redactando estas páginas, se me impuso con cada vez más fuerza la verdad de mi sentimiento: si tan álgida y tan punzante se mantenía y se mantiene el dolor de la herida, es que Stefano, para nosotros dos, era como un hijo, era, en cierto modo, nuestro hijo. No, por supuesto, el hijo de sus amantes, amados e insustituibles padres, Giovanna y Franco; pero sí el hijo italiano de unos padres franceses, un hijo nacido en el crisol de unas afinidades electivas, tanto afectivas como intelectuales.
A veces, Stefano, te declarabas hijo científico mío, pero yo sé que me superabas con creces, que ya habías emprendido el solitario camino de los sabios de altura. Hoy, con este Homenaje, tratamos, tus discípulos, de seguirte los pasos. No nos dejes, por favor, sin norte ni guía.