Nothing lasts really. Neither happiness nor despair. Not even life lasts very long. (Brief Encounter, 1945)

miércoles, 21 de julio de 2010

Lo de la SER no pudo ser

Llegó el día de la gran final (8 de julio de 2010), diez participantes, uno por mes de septiembre a junio, un gran premio en metálico, y allí estuvimos todos en el estudio de la cadena Ser, en directo en el programa “Hoy por hoy” que presenta Carles Francino. La primera parte del programa se dedicó a nuestras biografías, en cien palabras por supuesto (la cosa va de hiperbreve), que previamente habíamos grabado con la música de fondo de nuestra elección. Yo elegí la versión de “(Love is like a) Heatwave” que interpretaron The Jam en su LP Setting Sons de 1979.

Nací en Madrid y aquí sigo, dedicándome en horario laboral a las enfermedades mentales. De adolescente tocaba en un grupo de la movida, los Monaguillosh, con hache al final. Estudié psicología, colaboré en prensa italiana y española, y en el año 2000 inauguré en internet Cartas Sin Sellos. También aprendí a escribir guiones, y cuando puedo convierto en cine mis relatos. El día a día sin embargo deja poco tiempo para escribir, por eso lo hago brevemente. Suerte que tengo que se me dan bien las sinopsis, si no, ¿cómo podría estar contando mi vida en dos patadas?
En la segunda parte se leyeron los diez relatos finalistas. El jurado estaba compuesto por Soledad Púértolas, Pilar Reyes, Javier Rioyo y Javier Sagarna. El ganador fue Agustin Martinez, finalista del mes de junio. En segundo lugar quedó Isabel González González con "Tic tac" (precioso), y en tercero Ernesto Girondo con "El retrato de la abuela".
La verdad es que llegar a estar entre los relatos diez finalistas de entre 24.575 es toda una hazaña. Aquí dejo el mío. Gracias a todos los que me habéis mandado suerte y ánimos.
El olfateador
Por ejemplo, averiguar quién era la mujer que me estaba anudando la corbata fue uno de mis primeros éxitos como olfateador. Tenía los ojos vendados y toda la oficina mirándome. En seguida supe que era la administrativa. Después otra mujer pasó sus dedos por mi pelo y adiviné que era la documentalista. Tampoco fallé cuando el diseñador gráfico me sacudió la caspa de los hombros. Al regresar a mi mesa de trabajo la recepcionista, a modo de despedida, me tocó la punta de la nariz, lo cual desencadenó en mí una terrible convulsión. Desde entonces cuando llego a trabajar entro con un pañuelo en la nariz. Creen que es alergia, pero es amor.