Hay libros que me dejan una honda
impresión, no por lo que cuentan, sino por cómo lo cuentan. Por esa voz que te
atrapa, sencillamente te atrapa. Y quieres seguir escuchándola. Esto me ocurrió
con un libro que ahora lo vuelvo a abrir y me rindo ante el clima que logra
envolverte, produciendo un enorme desasosiego. El título es “Mi cuerpo en tus manos” (Editorial
Terracota, 2009), y su autora es la mexicana Rose Mary Espinosa. Me lo regaló en persona hace dos años, cuando
hizo una escala en Madrid. Fue un encuentro breve, delicioso, en el que se culminó
uno de esos pequeños milagros que constituyen el lado positivo y enriquecedor
de internet: conocer a grandes personas.
Como he dicho en otros posts,
cuando no existían las redes sociales y apenas estaban naciendo los blogs (que
por un tiempo se resistieron a los anglicismos y se llamaban bitácoras), mi webCartas Sin Sellos recibía misivas de
muchos países a diario. Personas que querían desahogarse y compartir, contar y
comunicar. Desde el anonimato pero en algunos casos facilitando un email para
el contacto personal. De aquel tiempo recuerdo la emoción de recibir cartas
extraordinarias, por su contenido, por su sinceridad, por su calidad, por su
calidez. Y recuerdo también reconocer a las personas que las escribían porque
eran únicas, simplemente eran ellos y ellas mismas sin disfraces, aunque usaran
apodos.
Una de aquellas personas era Rose
Mary Espinosa, que escribía con pseudónimos pero era reconocible para mí El
tiempo pasó, y el tiempo de la web Cartas sin Sellos ha pasado, aunque la
mantengo porque sigo recibiendo a cuentagotas cartas imposibles.
Volviendo al libro de Rose Mary,
he aquí un fragmento de “Mi cuerpo en tus manos”.
“Camino muy despacio, con el fin
de seguirlo hasta el taller. De pronto nos quedamos sin luz y eso me lleva a
recordar otras ocasiones, cuando estábamos a oscuras, y él me decía que siempre
había alguien a mi diestra. Me vuelvo hacia la derecha. Alguien respira.
Apresuro el paso y percibo que alguien viene detrás de mí con pasos lentos que
se van apresurando hasta el penúltimo de los escalones. Un relámpago se filtra
por los cristales que sirven de techo al taller. Doy la media vuelta y lo miro
de frente. El resplandor parece cegarlo momentáneamente. Apenas dice mi nombre,
cierra los ojos: tal vez quiere olvidar que me ha visto y prefiere dejarme ir.
No me voy. Me quedo algunos segundos más, frente a él: nuestra agitación, los
truenos, mis ojos mirando sus ojos cerrados. Doy la media vuelta, sigo mi camino
y siento cómo jala con suma suavidad la tela de mi falda y vuelve a dejarme
ir.”
Antes de terminar, incluyo un
enlace de su blog en El Universal (“Agarra tus cosas y vete”), en el que mencionó su paso por Cartas Sin Sellos.
Gracias Rose por dejar tu agradecimiento en público. Espero tu nuevo salto al
Atlántico (yo no le he dado nunca).