(fotos de Évora)
Hemos cruzado el Alentejo, de norte a sur, para ir al
Algarve. Más en concreto, a Albufeira. (Todo empieza por Al).
Parada en Elvas, noche en Évora. Patrimonios de la
Humanidad. (Me pregunto por qué no se llama Matrimonio; cómo cambia de significado).
Elvas y Évora: ciudades antiguas, sencillas y señoriales,
blancas y amarillas.
Calles adoquinadas, estrechas, sin apenas coches,
amuralladas, ensimismadas en su mundo interior.
Silenciosas. Decadentes.
Cielos frescos al atardecer, festejados por los vencejos.
Plazas de charlas suaves. Murmullos. (Los portugueses no son voceras, no
gritan, no molestan).
Iglesias y
catedrales. Gresca de estorninos.
Escudos de armas. Soledad. Pasado. (La vieja Roma presente,
las ventanas morunas, el estilo fernandino).
Cae la noche después de un cielo rojo y largo, es el
principio del verano.
Y por la mañana, por la carretera, un coche te lanza las
luces (atención: policía). Una antigua usanza en nuestro país.
Y prosigues entre olivos y viñedos, alcornoques, algunos
pelados (el corcho en otra parte).
Suaves colinas, pequeña feria de caballos, encinas.
Puentes y obras sin terminar, detenidas, olvidadas.
Camiones, charcas, girasoles.
Una tierra agrícola y trabajada. Rica, aunque sea pobre.
Algarve al fondo. Llegamos.
Beatriz Alonso Aranzábal
(foto de Elvas)