En 1986, a la edad de 22 años, traduje para Seix Barral la "Historia de la Filosofía Griega" del italiano Luciano De Crescenzo, una divulgación en tono humorístico de los filósofos presocráticos. En esa época traducía también los artículos de Umberto Eco que publicaba en L'Espresso en su sección "La bustina di Minerva" y que distribuía para la prensa española Fax Press (de Manu Leguineche). Había terminado el Liceo Italiano, sacado el título de la Escuela de Idiomas y el de Intérprete Jurado, y compaginaba el trabajo de traductora con mis estudios de Psicología.
Todo esto viene a cuento de que he descubierto dos cosas: que alguien incluyó en un foro todo el capítulo IX (Tonino Capone), y que explorando un poco más he descubierto ¡que está todo el libro disponible en internet! Os dejo los enlaces, el libro merece la pena. Y copio/pego el mencionado capítulo.
IX
TONINO CAPONE
Entre
los muchos tópicos que trivializan nuestra conversación, hay uno execrable
según el cual convendría "tomarse la vida con filosofía". Soy
consciente de que quedarse atrapado en un ascensor es una experiencia que
requiere actitudes filosóficas, más que nada para entretenerse durante la
espera, pero no me siento capaz de reducir la filosofía a una simple práctica
de resignación. Tener una filosofía significa, entre otras cosas, poseer una
escala de valores que sirva de base para realizar las elecciones de la vida.
Tomemos
el caso de Tonino Capone: estamos en Nápoles una mañana de julio, es mediodía,
la temperatura ha alcanzado su máximo de la temporada, mi Fiat está
aparcado al sol. Entro en el coche ardiendo, lo pongo en marcha y me doy cuenta
de que me he quedado sin batería: blasfemo en voz alta y me dirijo andando al
taller más cercano. La persiana metálica está bajada y sobre ésta cuelga un
cartel que dice: "Habiendo ganado LO
SUFICIENTE, TONINO SE FUE A LA PLAYA."
Ésta
de Tonino es una elección de vida que presupone una filosofía. Analicémosla con
detenimiento.
Conocí
a Antonio Capone en el 48, en un colegio de salesianos: él estaba interno, yo
solía ir a jugar al balón. En aquellos tiempos, Tonino seguramente era un
chaval de acción y no de pensamiento: nada hacía suponer que un día se
convertiría en filósofo.
Tras
abandonar la carrera eclesiástica, e incluso antes de empezarla, sus únicos
intereses fueron el fútbol y los motores. Coches, motos, lanchas motoras,
motocicletas, cualquier cosa que tuviera que ver con un motor de explosión le
fascinaba. Dejó la universidad y se hizo preparador de coches de carreras;
siempre estaba embadurnado de grasa y apestaba a aceite de ricino. Se casó
jovencísimo y encontró trabajo de probador de coches en la Fiat de Nápoles,
pero tanto el matrimonio como el empleo duraron muy poco: a los veinticuatro
años estaba de nuevo soltero y en paro. En el 55 participó en el Gran Premio
Posillippo, con un prototipo que él había inventado. La carrera fue ganada por
Ascari y él se salió de la pista en la primera curva, la de Trentaremi: si no
llega a ser por unos cuantos fardos de paja y un magnolio habría ido a parar al
mar, tras un vuelo de doscientos metros. Aparte de él, que se rompió las
piernas, no hubo heridos entre los espectadores. Durante todo el tiempo que
estuvo escayolado, la inmovilidad forzosa y los estudios de latín y griego
realizados con los salesianos favorecieron una reanudación de la lectura de los
clásicos y el interés por la filosofía. Hoy en día, Tonino es el único
intelectual italiano capaz de arreglar los platinos de un delco.
"La
vida cotidiana", dice Tonino, "es como el Monopoli: al comienzo, cada
jugador recibe del banco 24 fichas de libertad, una ficha para cada hora del
día. El juego consiste en saber gastarlas de la mejor manera".
Nos
encontramos en una pizzería de la Zona del Vomero: es la una de la noche, ya no
quedan clientes, el local va a cerrar. 'O Maresciallo, el propietario,
está haciendo caja. Dos camareros dan vueltas entre las mesas y amontonan
servilletas sucias para la lavandería. En una mesa de la esquina, delante de
tres tazas de café, nos hemos quedado sentados Tonino, Carmine, el viejo
camarero de la pizzería y yo.
"Nosotros
para vivir", dice Tonino, "necesitamos dos cosas: un poco de dinero,
para ser independientes desde el punto de vista económico, y un poco de afecto,
para superar indemnes los momentos de soledad. Pero estas dos cosas no te las
regala nadie: te las tienes que comprar y las tienes que pagar con horas y
horas de libertad. Los meridionales, por ejemplo, tienden a desear el puesto
seguro y el sueldo fijo todos los veintisiete del mes. No digo que se trate de
un oficio stressante, todo lo contrario; pero en términos de libertad el
empleo es un compromiso de los más caros que existen: ocho horas al día
significan ocho fichas que pagar, sin tener en cuenta las horas extraordinarias
y un eventual segundo empleo. Y vayamos con el amor: también en estos casos el
hombre se inclina hacia una colocación que sea muy cómoda, busca una esposa y
espera obtener de ella ese sueldo afectivo que necesita. También esta solución
tiene su coste: con la mejor de las suertes, son otras seis horas de libertad
que se van a paseo. La esposa espera al marido que acaba de cumplir su horario
de trabajo y le secuestra. Ahora echemos cuentas: ocho horas para trabajar,
seis para la mujer, quedan todavía diez y hay que dormir, lavarse, comer e ir
en coche a trabajar y volver a casa".
"Don
Antó", dice Carmine, que, al no ser amigo íntimo, se dirige de usted a
Tonino y le llama don Antonio, "lo único que no entiendo es lo de las
fichas. Usted dice que para conseguir dinero tiene que gastar otro
dinero..."
"Sí",
le interrumpe Tonino, "pero se trata de un dinero imaginario, cheques
correspondientes a las horas de tiempo libre. Si tú sacrificas todas las horas
de la jornada en tu trabajo y en tu mujer, ya no te quedará ni un minuto para
estar solo, contigo mismo".
"Ya
entiendo, don Antó", admite Carmine sin demasiada convicción, "pero
vea usted: yo cuando trabajo no me aburro nunca, cuando estoy con mi mujer
digamos que me aburro un poquito, y cuando me quedo solo conmigo mismo me
aburro muchísimo y entonces me digo: ¿no será mejor ir a trabajar?"
"Eso
te pasa porque nadie te enseñó nunca a vivir solo. ¿Sabes qué decía un filósofo
alemán llamado Nietzsche? Decía: «¡oh soledad, oh patria mía!»."
"Puede
que sea así en Alemania", objeta Carmine, "pero para nosotros,
napolitanos, la soledad siempre ha sido mala cosa".
"La
soledad en sí misma no es ni mala ni buena", precisa Tonino. "La
soledad es un aumentativo, es una lente de aumento: si te encuentras mal y
estás solo, te sientes fatal; si te encuentras bien y estás solo, te sientes
fenomenal."
"El
problema es que se está más veces mal que bien", murmura Carmine.
"De
todas formas no quería hablar de la soledad, sino del tiempo libre. Y aclaremos
en seguida una cosa: que cada uno es dueño de pasar el tiempo libre como mejor
le parezca. Hay a quien le gusta quedarse en casa solo, leyendo o pensando; hay
quien prefiere salir con amigos e ir a cenar, y hasta quien se divierte dando
vueltas con el coche en medio del tráfico. Lo importante es que exista siempre,
para cada uno de nosotros, ese ratito para poder dedicarse a algo que no sea la
pura ocupación de ganar dinero y de gastar. Hoy, desgraciadamente, el consumo,
con sus pretensiones cada vez más imperativas, con sus leyes de comportamiento,
nos obliga a trabajar más de lo que en realidad necesitamos. Bastaría con
eliminar los gastos superfluos para podernos liberar, de una vez para siempre,
de la condena del supertrabajo."
"¡Don
Antó!", exclama Carmine. "¡Usted no me puede venir con ésas! ¿Pero de
qué gastos superfluos me habla? Usted vive solo, yo tengo mujer y tres hijos;
usted por cambiar un piloto roto se saca dos mil pesetas ¡y yo, para ganar
sesenta mil pesetas, tengo que trabajar un mes entero y esperar las propinas de
los clientes!"
"¿Tienes
coche?", pregunta bruscamente Tonino.
"¿Qué
quiere usted decir con lo del coche? Tengo un 127 completamente
destartalado", responde Carmine bajando el tono de voz, casi como si se
sintiera culpable.
"Y
para ti el coche no es un gasto superfluo: tu padre no lo tenía y no por eso
tuvo una vida más infeliz que la tuya. Di la verdad: ¿te lo has comprado porque
has visto que los demás lo tenían o porque realmente lo necesitabas?"
"¡Pero
cómo se puede vivir en Nápoles sin coche! Los transportes públicos es como si
no existieran."
"¿Puedes
decirme quién es un hombre rico?"
"Uno
que gana mucho dinero."
"¿Cuánto
dinero?"
"Y
yo qué sé... Digamos que unas trescientas mil al mes."
"La
riqueza, querido Carmine, no es una cifra establecida basándose en la cual se
puede decir que Mengano es
rico porque la supera y que Fulano es pobre porque no la alcanza. La riqueza es
una condición relativa: es rico quien gana más de lo que gasta; y, viceversa,
es pobre quien tiene exigencias superiores a sus ingresos."
"No
entiendo", dice 'O Maresciallo, que, tras acabar de hacer cuentas,
se sienta con nosotros.
"Quiero
decir que la riqueza es sólo un estado de ánimo: uno puede sentirse rico aunque
no tenga mucho dinero: lo importante es que gaste menos de lo que gana y que no
tenga deseos."
"¡Pues
ése es el problema, don Antó: los deseos!", estalla Carmine: "Yo, por
ejemplo, deseo ardientemente un televisor a color, pero es que vale casi cien
mil. ¡Se dice pronto! ¿Pero cuándo conseguiré yo reunir cien mil pesetas? El pasado
domingo me quedé en once: ¿pero cómo, digo yo, el Fiorentina, que iba ganando
tres a cero a diez minutos del final, va y termina en empate? Pero entonces que
me lo digan claramente: «Carmine Cascone, tú no te puedes comprar el televisor
en color.» Y así, no pensaré más en ello."
"Cierto",
dice Tonino, "hoy en día el televisor en color es realmente
indispensable".
"No,
se puede prescindir perfectamente de él, pero el que suscribe ha tenido muy
mala suerte", responde Carmine. "Usted debe saber que justo enfrente
de donde yo vivo, en Materdei, está el Círculo Cultural Benedetto Croce, que
tiene un televisor en color de 23 pulgadas. Como mi mujer era, digámoslo así,
la responsable del orden en el local, yo iba todos los domingos por la tarde a
ver a Pippo Baudo y los partidos de fútbol. Entonces el Círculo se quedó de
repente sin fondos y no sólo no pagó al dueño del local, sino que vendió los
futbolines que tenía alquilados. Así que la fábrica de los «flipper» puso una
denuncia y el otro día llegó el oficial del juzgado a precintarlo todo. Yo me
había acostumbrado a ver la tele en color y ya no estoy a gusto con la de
blanco y negro: por eso me la tengo que comprar a la fuerza."
"Si
yo estuviera en tu lugar, Carmine, denunciaría también a Benedetto Croce",
sugiere 'O Maresciallo tratando de parecer serio. "Ésos,
prácticamente se han comportado contigo como traficantes de droga: primero te
la han dado gratis y ahora tienes que pagarla."
"Maresciá,
usted se burla y éste, Carminiello, tiene toda la razón", rebate Tonino.
"Pues sí, porque en el episodio que nos ha contado antes, el Círculo, con
su permisividad, le ha hecho contraer un aumento en el nivel de vida en
perjuicio de su riqueza relativa. Le pongo un ejemplo: supongamos que usted
despide en los próximos días a Carmine..."
"Y
esto es algo que puede ocurrir de verdad", replica 'O Maresciallo, "ya
que se pasa más tiempo charlando que sirviendo las pizzas a los clientes".
"...y
supongamos que el pobre Carmine acude a mí en busca de trabajo...",
continúa Tonino ignorando las interrupciones.
"Don
Antó, le advierto", avisa Carmine, "yo de electricidad y de coches no
entiendo nada".
"...y
pongamos que, dada nuestra vieja amistad, yo le dijera lo siguiente: querido
Carmine, como necesito un secretario personal, te contrato y te pago un sueldo
de ciento cincuenta mil al mes..."
"¡Sería
un milagro!", suspira Carmine.
"...esto
durante el primer año. A partir del segundo año, por motivos personales, no
tengo más remedio que reducirle el sueldo a cien mil al mes."
"¿Cómo?",
protesta Carmine. "¡El primer año ciento cincuenta mil, y el segundo sólo
cien mil! ¿Qué pasa, don Antó: en vez de ir para adelante, vamos para atrás? Me
asombra usted: un empleado eficiente, después de un año tiene derecho a un
aumento de sueldo."
"Yo,
en cambio, estoy loco: pago más al principio y menos al año siguiente",
insiste Tonino. "Llegados a este punto, querido Carmine, te habría
arruinado: pues sí, porque tú te habrías acostumbrado a vivir con un sueldo de
ciento cincuenta mil, y luego te sentirías pagado de menos durante el resto de
tu vida. Si, en cambio, fueses listo, durante el primer año coges esas
cincuenta mil de más y se las regalas al mendigo que está en la esquina de la
iglesia. Así, después de un año a ti no te pasa nada, ya que sigues viviendo tu
vida de siempre, y el que peor librado sale es el mendigo de la esquina de la
iglesia, que diría: «¿Pero qué le habrá pasado a ese señor tan amable que cada mes me traía
siempre cincuenta mil pesetas?»"
"Efectivamente",
admite Carmine, "el pobre hombre estaría más acomodado. Quién sabe, ¡a lo
mejor se habría echado una amante!"
"Y
así es como la parábola del pobre beneficiado puede hacer comprender el secreto
del bienestar", concluye triunfal Tonino. "La riqueza no es más que
un estado de ánimo: basta con no tener necesidades para sentirse
automáticamente super-ricos. ¿Quieres la felicidad? No hay problema: recuerda
que coincide con tu libertad personal. En lo que a mí respecta, he reducido al
máximo mi nivel de vida: esto me permite trabajar sólo media jornada y dedicar
el resto de mi tiempo a la amistad y a conocer mundo."
Tonino
Capone no escribió ningún libro. Los únicos fragmentos que se le pueden
atribuir son los que están escritos a bolígrafo en su agenda de trabajo. Entre
un "martes 18.30 antirrobo abogado Pittalá" y un "ordenar
baterías Tudor", de vez en cuando se puede leer: "Muchos estudian la
forma de alargar la vida, ¡cuando lo que habría que hacer es ensancharla!"
Autor: Luciano de Crescenzo
Traducción: Beatriz Alonso Aranzábal
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