Nothing lasts really. Neither happiness nor despair. Not even life lasts very long. (Brief Encounter, 1945)

lunes, 7 de mayo de 2018

LISBOA

He salido de Lisboa con salvoconducto. Llegué una mañana tras sobrevolar la península de Troia. 

La ciudad tiene una vida laboral intensa, con construcciones nuevas y rehabilitación de edificios antiguos, que permite que mantenga su estilo en tonos pastel, azulejos, modernismos y otras delicadezas en sus fachadas. 




El tráfico es elevado, y el centro se ha llenado de todo tipo de vehículos para el turismo (tuktuk, carricoches, etc.). Conserva su belleza, sus cielos atravesados por aviones que bajan a su corazón, su río surcado por transbordadores, sus tranvías, funiculares y ascensores (imposible subir al más famoso, Santa Justa), sus calles y callejuelas empinadas, sus miradores y sus dos impresionantes puentes. 






Pero no conserva la calma ni la tranquilidad necesarias para dejarse llevar a la introspección o a la melancolía. Está tomada por hordas de visitantes, como ocurre en cualquier capital europea. La estatua de Pessoa estaba rodeada de gente jaleando a una banda callejera de rock. Nadie hacía caso al escritor, asi que pude cómodamente retratarme uniendo nuestras manos. 





Por primera vez en mi vida, utilicé el servicio de buses turísticos. Y me pregunté varias veces sobre el sentido de viajar. Porque desde que vas al aeropuerto ya nada es igual a todo lo que significaba, hace 30 años, emprender un viaje. Ahora es una experiencia muy diferente. Buscar lo autóctono y la esencia de sus habitantes sigue siendo muy estimulante, pero hay que hacer un fuerte ejercicio de abstracción para olvidar que las tiendas son las mismas en todo el planeta y que nunca podrás contemplar un cuadro, una estatua o un paisaje en soledad. 




Las sensaciones eran tan buenas que bajé la guardia y la última noche, sobre las 21.00, caminando por el centro me robaron la cartera de mi mochila. Puse la denuncia en una comisaría para turistas, donde otros muchos hacían lo mismo. Y por la mañana en el consulado me facilitaron un documento para poder tomar el avión de regreso. Por si fuera poco, durante el último paseo antes de marchar, nos topamos de bruces con la pareja de cantantes de Eurovisión: el ambiente empezaba a ponerse muy festivalero y en la famosa Plaza del Comercio se estaba levantando un inmenso "village" para curiosos, frikis, turistas y despistados. 

Al despegar pude observar el increíble puente Vasco da Gama, de 1998, el más largo de Europa.


TEXTO Y FOTOGRAFÍAS DE BEATRIZ ALONSO ARANZÁBAL. NO USAR SIN PERMISO.

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