Cuando resulté finalista en el concurso de la revista Fotogramas y Renfe de guiones de cortometraje, sin haber
aprendido cómo se escribe un guión, me atreví a dar el paso de matricularme en
un curso intensivo de Escritura de Guión en la Escuela de Cine de Madrid (ECAM)
de dos semanas en el año 2000. Este curso marcó un cambio en mi trayectoria
personal y me dio la confianza para abordar aventuras inimaginables, como hacer
cine. El causante fue el profesor que lo impartió, Juan Miguel Lamet, que nos
ha dejado en este agosto de 2014 a la edad de 80 años.
El primer día de clase nos
preguntó a la docena de alumnos que éramos, quién quería ser director de cine.
Recuerdo que me chocó la pregunta, para mí era una idea tan remota que jamás había pasado por mi imaginación (y eso que es grande). Éramos algo más de una docena de alumnos, de los cuales cuatro
mujeres y de distinta procedencia: una abogada (Eva Nuño), una publicista (Assumpta
García Mas), una periodista (Charo Nogueira) y yo, psicóloga. Los chicos, en
cambio, creo recordar que eran todos más jóvenes. Nosotras nos hicimos amigas,
muy amigas. Y emprendimos la aventura de escribir un guión de largometraje (“Cara
bonita”) y luego rodamos un corto “Anatomía patológica” (2003), que ganó un
premio y que se puede ver en Youtube (más información en mi web Cartas SinSellos).
Como ocurre en todos los sitios
donde se imparten clases, los alumnos tienden a sentarse siempre en el mismo
sitio y así hacíamos en su clase. Una mañana yo dije (siempre dispuesta a
innovar), ¿por qué no cambiamos de sitios? Y cuando llegó Lamet se quedó totalmente
desconcertado, y preguntó a qué se debía ese jaleo. Desde entonces entiendo que
este comportamiento humano facilita al profesor el ubicar a sus alumnos.
En seguida
nos puso a escribir relatos. Como ejemplo nos sacó el libro de Cesare Zavattini
que, oh sorpresa, había prologado mi padre Jose manuel Alonso Ibarrola (“Milagro
en Milán y otros relatos”, Ed. Fundamentos 1983). De repente en esa clase confluía
el cine italiano, la devoción de mi padre por el célebre escritor y guionista,
los relatos breves, y toda esa mezcla que me resultaba tan familiar sirvió de base para empezar a saber
contar bien una historia, y a ponerle la guinda, como recalcó Lamet. Y aunque una lección es que en el guión de cine no cabe la literatura, antes de
escribirlo es necesario saber escribir un buen relato: saber narrar, dónde
empezar, y cómo cerrar una historia. Aprendí que hay que ser capaces de contar una
película oralmente, y luego reducirla a unas cuantas frases escritas (o sea,
hacer una buena sinopsis).
También aprendí algo importante
para los personajes de un guión, extensible a nuestra vida. Lamet explicó que
al protagonista no deben pasarle cosas, sino que debe actuar, avanzar, moverse.
Es decir: el protagonista no debe ser reactivo (actuando a medida que le pasan
cosas) sino que debe actuar: decide dar pasos, no esperar a los
acontecimientos. Esta idea me vino muy
bien para darme cuenta de que en la vida no se puede “esperar” a que nos ocurra algo
interesante, sino que hay que ir activamente a buscarlo. Y asi trato de hacerlo
desde entonces.
Después del curso, como he dicho
de sólo 15 días, mantuve el contacto con él a través de algunas visitas y de la
correspondencia postal. Cada vez que le llevaba textos, guiones o cortometrajes me contestaba amablemente después con su
elegante caligrafía y me daba su opinión, señalándome en qué podía mejorar y
siempre con ánimos para que continuara. Algunos extractos:
(Sobre mi primer cortometraje documental)
“Recibí tu “Voy para contento”,
lo vi con mucho gusto y espero pode pasarlo, con tu permiso, en clase. Has
aprendido un montón. El corto se ve muy bien y seguro que entrarás con él en la
rueda de certámenes y festivales que te darán nuevas satisfacciones”.
(1 de
enero de 2006).
(Sobre mis relatos y microrrelatos)
“Leí tus textos. Me recordaron a
Ennio Flaiano, a Cesare Zavattini y, claro, a tu padre. Tienen ese toque
melancólico de los poemas de Tonino Guerra, otro italiano. Me encantó “Una
postura incómoda” porque parece una idea a lo J. J. Millás cuyos minicuentos
admiro. Ni borracho se ocurriría tirarlos. Son como son. Lo haces bien y
deberías repetir con otro “corto”.
(15 de junio de 2006).
(Sobre “Los aviones no saludan”)
“Salvo el título, que me parece demasiado explícito, todo lo demás me ha
encantado, en especial la dirección de actores y el inquietante Modigliani. Has
progresado muchísimo. Deberías probar ya con un metraje de más duración”.
(26 de
diciembre de 2007).
(Sobre el guión de
“Papiroflexia”)
“Recibí el guión de tu próximo corto, lo leí en el acto… y me
encantó. Ahora he vuelto a releerlo y me ha gustado de nuevo. No sé por qué en
ambas ocasiones me he imaginado una pequeña librería de N. York. Quizás
influencia de W. Allen o de aquella preciosa librería en blanco y negro de “El
sueño eterno”. Voy a hacerte un par de sugerencias”.
(10 de marzo de 2008).
(Sobre el cortometraje
“Papiroflexia”)
“Me ha parecido un buen trabajo, has avanzado mucho. Pero voy a
hacer algunas observaciones:
- Parece
que está rodado precipitadamente (…)
- Echo
de menos algún diálogo convencional …)
Dicho lo cual, el corto es bonito
e inusual.
Imagino cuánto habrás luchado
para que yo ahora te ponga pegas. No me malinterpretes. Trabajas con ideas tan
sutiles que no tengo más remedio que pedirte un poco más. Discúlpame.
Escribe un largo. Y no te
desanimes. Esto es así, una ducha escocesa; se pasa de la autoafirmación al
desamparo. Pero tú sigue. Cuando tengas unos folios me los mandas. Los leeré
con lupa y avanzarás”.
(30 de junio de 2009).
La correspondencia se interrumpe
aquí porque desde entonces hasta el presente me dejé absorber tanto por el
trabajo y las nuevas responsabilidades que el cine quedó al margen. Error que
estoy subsanando con la producción de un documental que está en fase de
montaje. Lo que más siento es que no podré contar de nuevo con las sugerencias y
comentarios sinceros de Lamet, y sus mensajes de ánimo. Que descanse en paz, apreciado y querido maestro.
“En aquella España miserable,
atroz, enlutada y triste como madre o viuda o
hermana de millares de muertos, ir al cine era como soñar que se vuela,
una liberación, un gozo infinito, un alivio del alma, un éxtasis, una
embriaguez, un orgasmo de hora y media si yo hubiese sabido entonces lo que era
un orgasmo” (extraído del capítulo “Mirando hacia atrás con ira” del libro “El
cine y la memoria”, Editorial Nickel Odeon 1996).
Beatriz Alonso Aranzábal, agosto 2014
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